Abstract
Desde el punto de vista de la composición del proyecto,
hay dos cosas que llaman la atención de inmediato en
el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida que,
promovido por la Dirección General de Bellas Artes, está
finalizando Rafael Moneo.
Una, la clara decisión y directa sencillez con que se evoca
el espacio romano: la creación de una basílica o nave, hecha de
tajantes arcos de medio punto que sólo ha sido preciso
proporcionar. Si se evoca Roma, es bien claro representar el
espacio interior, un espacio que habrá de ser neto y definido,
pregnante. Y un exterior que habrá de ser tan sólo su envuelta.
Pero otra, bien distinta, y tan sólo ligeramente menos
inmediata que la primera, es que la sencilla evocación que de
lo romano se hace no se consigue configurando en realidad un
espacio a la romana, siquiera fuera esquemáticamente, sino
que, por el contrario, sólo se lo representa, se lo hace aparecer
como ilusión, como escena. La gran basílica sólo existe en
apariencia, a través de aquella ilusión espacial que crean los
muros al perforarse por arcos iguales. La construcción es como
unas atarazanas, pero la sugerencia, la ilusión, está más cercana
a los espacios abovedados, a los sustanciales espacios romanos.
El espacio percibido es aquí virtual, pues incluso si se tratara
de una basílica de un solo orden mural primario ésta tendría
los muros en la dirección contraria, en la longitudinal.