Abstract
La arquitectura tiene diversos modos de relacionar la novedad con la preexistencia,
una preexistencia que ya de por sí tiene un carácter, una historia y una expresividad,
es decir, una personalidad. Todos estos modos de relación tienen sus cualidades, pero
también sus consecuencias y su impacto, impactos severos sin una reflexión seria
en el proyecto.
Estos modos de relación se definen por una determinada proporción entre
contraste y coherencia y es el equilibrio, o desequilibrio, de esta proporción que define
cada modo. El resultado conjunto será consecuencia del modo empleado y del
balance entre razón y sentimiento que realice al arquitecto.
Las relaciones armónicas han de ser el objetivo de todo arquitecto, ya sea a
través de la mímesis, que sacrifica contraste en aras de gran coherencia, de los contrastes
armónicos, que equilibran perfectamente las dosis contraste-coherencia, o de
las colisiones armónicas, modo complejo que se definirá a lo largo del trabajo.
Sin embargo la sociedad actual demanda individualidad y superficialidad por
lo que hoy en día los arquitectos optan por los contrastes no armónicos y las colisiones
(no armónicas), puesto que ambos modos sacrifican la coherencia en aras de un
contraste ajeno al lugar y manifiestan su identidad.
El diálogo entre la novedad y la preexistencia hace eco en el espacio y en el
tiempo de los lugares y la arquitectura tiene el poder de alterar su alma a través de
esta dialéctica. Debido a este inherente poder es fundamental que los arquitectos
seamos conscientes del compromiso entre la novedad y la preexistencia y de la responsabilidad
y las consecuencias que derivan de esta relación.
Si deseamos cambiar el mundo y construir un mundo mejor, los arquitectos
hemos de ser los primeros en cambiar y en recuperar esa moralidad que hoy en día
parece haberse olvidado y, gracias a ella, innovar y respetar: proyectar armonía.