Abstract
A lo largo de veinte años un habitante de Chamartín asistirá, probablemente, a unas cincuenta juntas de vecinos. Celebrará veinte Navidades, veinte Años Nuevos y, al menos, veinte cumpleaños. Comprará dos o tres televisores, en los que verá unas veintinueve mil doscientas horas de programación de calidad. Durante veinte años todos los junios realizará la declaración de la renta. Saldrá a cenar con su pareja unas doscientas cuarenta veces y quizá deje de fumar durante tres años, lo retome, y vuelva a dejarlo. Se casará o, probablemente, ya estén casados y con hijos. Pagará religiosa y reiteradamente doscientas cuarenta mensualidades de la hipoteca. Al igual que doscientos cuarenta recibos de luz, agua , y electricidad. Todo, durante esos siete mil trescientos días que son veinte años. Irá al cine unas treinta veces y, tal vez, cambie de coche dos o tres veces durante esos años. Dejará y encontrará trabajos. Llevará durante dos mil quinientos setenta días a sus hijos al colegio, hasta que pase el tiempo y los niños, ya jóvenes, cojan el transporte público durante setecientos cuarenta días para graduarse en la Universidad. Entretanto, durante esos veinte años, este habitante de Chamartín, al igual que los otros ciento cuarenta y un mil ochocientos setenta y cuatro habitantes del distrito, convivirá con la que será la mayor operación de desarrollo urbano de la historia de España y el sitio de construcción más grande de Europa. A lo largo de un cuarto de su vida vivirá descarnadamente en el futuro, el futuro Chamartin.