Abstract
Con motivo de la conmemoración del cuarto Centenario de la muerte de Andrea Palladio un grupo de estudiosos de todos los países iniciaron la difícil y dura labor de buscar la impronta de aquél en los más recónditos y extraños lugares del globo. Sólo así -suponían- la lección de/Maestro demostraba haber sido aprendida y el hallazgo de ciertas referencias formales, de corte palladiano, ha sido, a veces, la recompensa a su labor,l convirtiéndose su triunfo en un erudito texto donde las imágenes comparativas priman sobre el resto y donde los documentos y protocolos' completan la publicación. Más entomólogos que historiadores del hecho arquitectónico, los españoles hemos sabido así que Palladio desembarcó un día en la mediterránea Isla de Menorca -llevado por los ingleses y después de haber evitado cuidadosamente la Península- y que sólo en aquél su remoto exilio fue comprendida su arquitectura. No de acuerdo con esta visión basada en comparar elementos formales con otros y que olvida la problemática que encierra ladbra de Palladio, quisiera ensayar un pequeño comentario sobre el sentido y alcance que tuvo aquella arquitectura menorquina en la segunda mitad del siglo XVIII.