Abstract
La muerte de De Chirico, como la de otros
ya fallecidos, nos sume en la sensación de
que el siglo xx muere también con él.
Sería un hecho común a la arquitectura
del xx —e incluso diríamos que se trataba
de uno de sus caracteres más específicos—
el de inspirarse en el arte contemporáneo
y, más concretamente, en la pintura,
como medio figurativo y de transformación
de algunos criterios disciplinares.
Giorgio de Chirico había sido así el
inspirador, cercano o lejano, de algunos
episodios de la arquitectura contemporánea
tenidos convencionalmente por hetedoxos
—y hasta por traidores a los ideales
y a la sensibilidad de la época— al
haber querido compatibilizar lo moderno
con la vocación de clasicidad a la que parecen
tan especialmente inclinadas las culturas
mediterráneas. No le valió a esta arquitectura
mostrar que, aparte otras cosas,
compartía con lo moderno la inspiración
en el arte contemporáneo —principio silenciado
pero básico de la modernidad— para
no ser considerada enemiga o sospechosa.
El caso es que buena parte de la mejor
arquitectura italiana de entreguerras participaría
de la influencia metafísica, apropiándose,
de uno u otro modo, del ideal
dequiriquiano del espacio.