Abstract
El estudio del umbral, en cuanto al espacio ambiguo que separa el mundo exterior del mundo interior, lleva consigo muchas interpretaciones. El umbral puede ser tanto físico como abstracto, y es en las religiones donde adquiere una mayor realización. En este trabajo, hablaremos del umbral no sólo como un espacio transitorio que funciona como “un espacio más”; si no como aquel que “entra” en la arquitectura de una u otra forma en función de las tradiciones y creencias de cada religión, en función también del lugar en que se asienta o de las condiciones climáticas, o incluso, en función de las necesidades, pero siempre, tratando de colaborar en la percepción de la esencia de la arquitectura religiosa, entendida como aquella que se compone de espacios de contemplación, meditación y reflexión. Todos los espacios religiosos tienen umbral. Sin embargo, siempre hay algo que los hace diferentes entre sí: su ciudad, su ruido, su olor, su simbología, su escala… De hecho, no porque sean de la misma religión, son similares. En cada uno de ellos, se da más importancia a una o varias cosas sobre otras, de forma que son estos los que establecen una jerarquía en el recorrido y nos da, en muchos casos, la capacidad de elegir por dónde queremos empezarlo. El umbral es, al fin y al cabo, el espacio que tiene más capacidad de empatía con el individuo. Es una palabra que lleva implícito el concepto de protección, es la línea que separa seguridad de peligro. Una vez en él, no sólo nos sentimos resguardados (incluso si se trata de un espacio exterior), sino que además nos sentimos identificados con el lugar. Nos protege, nos explica dónde estamos entrando y además, nos guía.