Abstract
El primer encuentro se produce con un lugar donde conviven distintos mundos, especies y acontecimientos. La intervención planteada radica en poner en valor lo presente en el territorio, sin pretender ocultar ni camuflar lo preexistente. Una serie de capas de actuación, elementos naturales y elementos construidos generan sinergias con el entorno que dan lugar a nuevos paisajes. El abrupto terreno original de la cantera se aterraza siguiendo su pendiente natural. Sobre la nueva topografía creada, conectada por rampas accesibles embebidas en los muros de contención, se implantan nueva especies vegetales y elementos acuáticos que se suman a los preexistentes. Una serie de arquitecturas mínimas en forma de pabellones, de condición casi nómada, albergan los usos del conjunto y permiten un uso flexible y cambiante del espacio. Una estructura de celosía tridimensional protege el tejido de capas de elementos arquitectónicos, naturales y de actividad. Como si de un yacimiento arqueológico se tratase, los paisajes generados se funden con el preexistente, dando lugar a un nuevo hábitat. Surge así, como no podía ser de otro modo, la escuela taller del paisaje. La arquitectura generada trata de trabajar con el territorio y no únicamente en él. De modo que todo uso dentro del espacio está enfocado a maneras de reactivar, habitar, trabajar y mostrar el propio lugar. Como comenta Jill Stoner en su libro “Hacia una arquitectura menor”, en ocasiones minorizar la arquitectura suponen ampliar la realidad con la que trabajamos, en la que entran en juego otro tipo de fuerzas determinantes en la configuración de los espacios. El conjunto de dichas potencias teje la escuela taller del paisaje.