Abstract
Hay dos maneras de ir a comer: con prisa o sin prisa. Todo lo demás – el momento, el motivo, la cantidad, la variedad – es voluble y de posibilidades infinitas. Madrid cuenta con una red de más de 15.000 bares y restaurantes que no se extiende tanto a Chamartín. El barrio ha quedado relegado a un área financiera que, si bien tiene su importancia, no puede negar a los ciudadanos los servicios que ofrece la restauración. Esto, unido a los horarios de actividad – los cuales coinciden fielmente con los horarios laborales – hace de la puerta norte de la ciudad un espacio poco humano que da una bienvenida fría, de una escala casi monumental. Por otro lado, no se puede pensar en proyectar Chamartín sin preocuparse por el futuro: la era digital entra a través de las pantallas y se extiende a todos los aspectos de la vida cotidiana. La nueva restauración – la futura restauración – no va a ser menos: cambia, evoluciona y mejora gracias a la tecnología. Comer bien, comer sano, comer inteligente. Abastecer a una población que crece continuamente de forma exponencial. Reducir hasta detener el desperdicio de alimentos. Buscar otros nuevos. Promover el consumo responsable. Todo lo hemos oído antes. Es ahora, mientras proyectamos de nuevo la ciudad, el momento de convertirlo en realidad. La arquitectura cumple su papel traduciendo todo esto al mundo físico. El proyecto se propone como respuesta a todas estas cuestiones. Se plantea un eje longitudinal – una calle - a modo de telón entre la ciudad y el huerto, lo artificial y lo natural, en un espacio donde tienen cabida la socialización, la comida y bebida, la investigación y el aprendizaje. Apoyado en iniciativas como Horeca y Mares de Madrid, entra en juego el seguimiento de todas las fases del proceso de producción de alimentos: desde la investigación e ingeniería alimentaria hasta que llega a la mesa. Nuevas metodologías dan lugar a cambios en el personal, en los tiempos y en la forma de consumo que modifican a su vez los espacios donde todo esto sucede. Esta variedad de usos convive en un edificio lleno de transparencias, patios y vistas cruzadas que refuerzan la interrelación entre actividades muy diversas que, sin embargo, se abastecen unas a otras. La vegetación adquiere un papel protagonista con un jardín tridimensional desde el huerto hasta el interior. La fachada con lamas de separación variable habla de los espacios interiores, imitando a un bosque e invitándonos a entrar en este oasis que nos recuerda la importancia de pararnos a comer. La restauración inteligente consiste en ofrecer comida real adaptada al cliente, con unos tiempos de espera razonables y una experiencia que va más allá de lo culinario. Desde el empresario que almuerza durante el descanso hasta el turista que llega a Chamartín, pasando por el tapeo de aperitivo o las cañas de viernes por la tarde, cualquier escenario tiene cabida y se reinventa en la era digital. Todo ello, por supuesto, sin olvidar el factor humano inherente a cualquier cocina de los abuelos o al bar de toda la vida.