Abstract
A lo lejos de la ciudad de Bilbao emerge la figura de una gran montaña solitaria, el monte Serantes, situado en la entrada de la ría del Nervión junto al Puerto exterior, el Abra. El Serantes ha permanecido en pie como testigo mudo del desarrollo del puerto, motor económico e industrial de Vizcaya… pero la tierra tiene memoria. En su lado oculto al mar, guarda una cicatriz, una brecha imborrable que a día de hoy le recuerda que sus historias se cruzaron en un punto: una gran cantera en el reducto natural del Valle de Ciérvana. Un trozo de tierra arrebatado al monte, un trozo de monte arrebatado a Ciérvana que ha de ser devuelto a ella por la mano del hombre, reparando así lo que un día dañó, restaurándola a través de una revalorización de lo natural y de la tradición del lugar, una vuelta a los orígenes: el Txacolí. Se impone así una infraestructura “verde” en contraste con la industrial del puerto, revitalizando un valle olvidado, un lado oculto ahora menos oscuro. La cicatriz sigue, no debe ser tapada, sino aceptada. Un espacio conformado entre la roca y las vides. Un lugar para el recuerdo y la reconciliación.