Abstract
El mundo se encuentra sumido en un caos. Enfermos, pobreza, pérdida de empleos… el virus que supuestamente surgió en Wuhan, China en diciembre 2019 ha descolocado a nivel global nuestra forma de ver la vida. Algunos más que otros, pero durante estas semanas de confinamiento todos hemos sentido la necesidad de salir a oler las hojas, escuchar los pájaros, respirar aire fresco, oír el sonido de las olas… pequeños placeres que nos da la Madre Tierra. Le hemos dado un descanso de toda la contaminación que le estábamos aportando durante décadas. Y gracias a ello, al volver a salir a la calle respirábamos un aire más puro y fresco. Quién diría que en pleno centro de la capital de España pudiera oler como si estuviésemos en la Sierra de Guadarrama, rodeado de flora. Sin embargo, poco cuidamos nuestro hogar. A pesar del aviso que nos ha dado el mundo, llegando el COVID-19 a desmoronar nuestra sociedad, volveremos a cometer los mismos errores. El humano es el animal que tropieza más de dos veces con la misma piedra. Seguiremos utilizando vehículos privados en vez de utilizar un transporte público, desperdiciando comida, consumiendo plásticos, generando energía con gran aporte de CO2 a la atmósfera, etc. En definitiva, aumentando nuestra huella de carbono. La Tierra, nuestro planeta, estaba enfermando porque no lo cuidábamos. Irónico, pero cierto. Maltratábamos nuestro hogar calentando los glaciares, favoreciendo la extinción de especies, eliminando bosques, aumentando las posibilidades de temperaturas y precipitaciones extremas… ¿No va siendo hora de empezar de ser conscientes que, en una década, nuestra contaminación tendrá más efectos negativos? ¿Que habrá menos alimentos, más pobreza, menos recursos? ¿Que muchas ciudades serán inundadas? ¿Que muchas áreas se convertirán en desiertos? ¿Que muchos huracanes y tifones serán más devastadores? Depende de una modificación política en todas las instituciones. Pero también de la conciencia de cada individuo y sus actos. O actuamos ya, o, dentro de otras consecuencias, nos tendremos que ir olvidando de ciudades idílicas en costas e islas, pues estarán desalojadas por la inundación del agua que se derritió de los glaciares tiempo ha. Esas playas paradisíacas, las casas en primera línea de playa, toda esa población con su hogar desmoronado, a la deriva de un nuevo asilo. No habrá Bangkok. No habrá Shanghái. Olvidémonos de Venecia, podría ser la nueva Atlántida. Por todo ello, quiero aportar mi granito de arena realizando un trabajo de fin de grado enfocado en el cambio climático a través de las inundaciones en las costas, para quien lo lea que lo disfrute aprendiendo más sobre este dilema global y concienciándose. Porque, si sumamos nuestros granitos de arena, podremos disminuir el efecto invernadero y sanar poco a poco nuestro hogar, la Tierra.