Abstract
A mediados del siglo XIX, Madoz afirmaba en su
"Diccionario" que la Alameda de Osuna, a unos
siete kilómetros al nordeste de Madrid, era la
única posesión que podía competir con los Reales
Sitios. Solamente éstos ofrecían una tan generosa
composición de arquitectura, agua y jardines
en un medio rural, discretamente apartados
de los grandes núcleos urbanos, como sucedía
en otros lugares de Europa. Sin embargo,
entre nosotros, ni la nobleza ni la alta burguesía
habían sentido - yo creo que desde nuncainterés
por la vida y el contacto con la naturaleza
y el campo del que ellos mismos eran sus
propietarios. Por ello es inútil buscar aquí, al
margen de la iniciativa real y de algunas excepciones
- pienso ahora en los jardines del Laberinto
de Harta, en Barcelona, de Bagutti y Desvalls
-, villas suburbanas y casas de campo al
modo italiano, cháteaux a la francesa, o las magníJiicas
mansiones y palacios tan frecuentes en
Inglaterra y Centro Europa.