Abstract
Durante la cena con Craig Venter hablamos de biodiversidad; la media docena de comensales éramos todos científicos. La biodiversidad de la que hablamos no es esa tan presente en los medios de comunicación, en los que dicha palabra aparece siempre acompañada del adjetivo «amenazada». En efecto, la diversidad biológica del planeta, la de los seres vivos que lo habitan, está en peligro por la actividad humana: la destrucción del hábitat, el cambio climático antropogénico, la explotación desmedida de los recursos naturales y otros desmanes amenazan la supervivencia de miles de especies conocidas, del tigre al lince, habitantes de nuestro mundo visible. Nuestra conversación está centrada, en cambio, en la biodiversidad invisible, la diversidad invisible de los genomas de los seres que vemos con nuestros ojos y la diversidad de los seres vivos microscópicos que no vemos y, sin embargo, dominan el planeta, tanto por el número de sus variantes como por la cantidad de biomasa que representan y los papeles esenciales que desempeñan en la fisiología de plantas y animales y en el funcionamiento de los grandes ciclos geoquímicos de la biosfera. La biodiversidad invisible, en su mayor parte ignorada hasta hace media docena de años, es objeto de estudio masivo en la actualidad