Abstract
Los humanos actuales surgimos del artificio. La especie Homo sapiens es hija de los inventos desarrollados por aquellas que la precedieron en la rama evolutiva de la que es el último exponente: somos una especie artificial en tanto que dependemos de una dieta artificial. Sin embargo, justo ahora, cuando una buena parte de la población humana se está agrupando en inmensas concentraciones urbanas, ha resurgido con extraordinario vigor el mito de lo natural. La palabra natural se considera como la expresión de la bondad suprema y se contrapone a lo artificial, sinónimo de perjudicial y pernicioso: se habla de alimentos naturales, trajes naturales, muebles naturales y métodos naturales de aprender idiomas, e incluso una empresa de obras públicas se anuncia bajo el perverso lema de: "¡Construimos naturaleza!". Ante esto, hace falta una vocación de árbitro de fútbol, como la mía, para defender que somos fruto del artificio, que lo natural es a menudo peligroso e insuficiente y que sin un uso vigoroso de nuestra inventiva no lograremos sobrevivir en este planeta que hace mucho se nos quedó estrecho. En efecto, dependemos de un modo directo o indirecto de las plantas cultivadas —sólo uno de cada diez sobreviviríamos sin ellas— y éstas, junto con los animales domesticados, constituyen uno de los mayores inventos de la especie humana. Pero antes de desarrollar estas ideas se hace necesaria una pequeña digresión para desmontar el mito de lo natural.