Abstract
La secuencia urbana que, para bien o para mal, ofrece
hoy Madrid es, a no dudarlo, el gran eje de la
Castellana. Se trata de la prolongación natural de los
Paseos del Prado y de Recoletos, cuya fisonomía ya se
había perfilado en el siglo XVII, tal y como figura en el
plano de Texeira (1656). A un lado y otro de aquellos
enfilados "prados" de abundante arboleda se fueron
levantando edificios y conjuntos irregulares tales como
el palacio y jardines del Buen Retiro o el magnífico
convento de Agustinos Recoletos (S, XVII) sin olvidar el
Museo del Prado o el Palacio de Buenavista (S. XVIII).
Quiero significar con ello que el costado occidental de
Madrid gozó de la preferencia de la monarquía,
nobleza y, en parte, de la iglesia, para construir su
marco de vida, entre otras razones porque era zona
que permitía cierta generosidad de espacio a efecto de
huertas y jardi.nes. En resumen, era el borde avanzado
de la ciudad que posibilitaba un crecimiento en esta
dirección por tratarse de suelo que hoy llamaríamos
rústico y que pronto se convertiría en urbano.
No obstante la ciudad vendría a plantear su primer
Ensanche, el llamado Plan Castro (1857), prolongando
los referidos paseos y convirtiéndolos en arteria
principal que atraviesa la ciudad de sur a norte. Esta
prolongación se llamó "Delicias de Isabel Ir" y "Paseo
de la Fuente Castellana", El primer nombre cayó en
desuso por la posible confusión con el más antiguo
Paseó de las Delicias madrileño, y el segundo, al
retirar la fuente, abrevió su nombre para dejarlo en
Paseo de la Castellana, cuyo último estirón sobre el
plano lo dio ya en nuestro siglo XX.