Abstract
El dibujo arquitectónico nos enseña a fabricar analogías de la realidad, ya sea futura o pasada. En ocasiones, la realidad de referencia es algo tangible y cualitativo, pero en otros casos se trata de algo mucho más difuso. Este es el caso de la pintura, donde la realidad se convierte en algo subjetivo y complejo que en muchas ocasiones solo es comprendido por el autor. El análisis se centra en el cuadro El Jardín de las Delicias del pintor Hieronymus Bosch, más conocido como El Bosco. En esta extravagante obra, el maestro plasmó sobre el lienzo su visión vital apoyándose para ello en la construcción de paisajes y espacios. Aun tratándose de una de las obras más analizadas por diferentes disciplinas, no es común encontrar una visión centrada en el amplísimo y emocionante imaginario arquitectónico de este tríptico: exuberantes frutos llenos de vida, finas vainas que en vez de fruto envuelven grupos, humanos con raíces y ciudades en las tripas y hasta un mejillón como colchón. El dibujo arquitectónico nos permite acercarnos de manera singular a cada una de estas estructuras, materializándolas y haciéndolas tangibles. Tras el aislamiento se da paso a la reconstitución, a través de la cual cada uno de estos elementos ocupa su espacio en el global de este fascinante jardín. En definitiva, al realizar una relectura del cuadro a través de la disciplina arquitectónica se consigue ampliar la perspectiva que hasta ahora se tenía de El Jardín de las Delicias. Se trata de materializar la topografía, la vegetación y la perfecta colocación de las figuras en su entorno, para así comprender de forma cuantitativa, no solo cualitativa, el espacio soñado por el pintor.